jueves, 24 de julio de 2014

Beijing (parte 1)

Llego finalmente a Beijing, cambio los verdes por Yuanes en el aeropuerto, y ahí comienza la fiesta: los billetes de 1, 5, 10, 20, 50 y 100 tenían...la cara de Mao. En tu cara Pellegrini, en tu cara Mitre, en tu cara San Martín, para vos Morón, para vos Chicago. Puntos extra para el origami que le hacen cuando tienen varios billetes. En lugar de darte 3 billetes de uno te arman lo que se ve en la foto:





Me tomé el airport express, un tren que unía el aeropuerto de Jiangsu con la terminal de Dongzhimen, ahí nomás de mi hostel. Cuando estoy por llegar abro el plano que me había impreso y...uh. Eran 3 hojas impresas, tenía las primeras dos. En la última tenía la dirección del hostel. Más o menos me la acordaba, pero no estaba seguro. Les voy a contar un secreto. EN CHINA NO EXISTE EL WIFI GRATIS, salvo que tengas un celular con China Mobile (o sepas leer chino, no estoy seguro sobre esto último).

En resumen, tenía que conseguir la dirección, pero peor aún, tenía que encontrar la calle que el inglés traducía como "inner Dongzhimen".  La respuesta es Dongzhimennei. El tema es que a) los chinos no entendían mi pronunciación b) tampoco podían ubicarla ellos en el mapa (que sí, tenía caracteres chinos).

Párrafo aparte para los mapas: cosa hermosa, genial e increíble. Los mapas me salvaron la vida en todos los lugares donde viajé, pero en Beijing fue donde realmente la rompieron con toda rotura, salvo esta vez, claro está.  

Pregunté en un almacén, no entendieron un carajo. Pregunté en la calle, no entendieron. Incluso me metí en un McDonalds, donde vi unos pibes hablando el lenguaje universal: las cartas Magic (?). Pero ellos tampoco manejaban el inglés (oh la ironía) ni podian ayudarme. De hecho las cartas estaban todas en su idioma. Finalmente, me topé con una mujer occidental que me tiró un centro y me indicó el camino. Después de una hora de desesperación absoluta, llegué a Xiantacang Hutong al 40, que era donde recordaba que quedaba el hostel.

Efectivamente quedaba ahí, sobre un Hutong, que es como decir un callejoncito, donde a la vez hay negocios menores, y casas de familia, tipo shikumen: casas de patio en común y espacio familiar muy reducido. Una versión diferente pero parecida de las casas chorizo. Tampoco es fácil explicar bien que hay en hutongs... de hecho no están presentes en todas las ciudades (porque de hecho la mayoría de las ciudades fue construida hace muy poco tiempo para albergar tanta población). Entonces, los hutongs por un lado son una bendición porque sirven de pulmón ante las cuadras que durarían mil metros ininterrumpidas si no fuera por ellos, pero a la vez que limita la capacidad de construcción vertical de la ciudad. O sea, piensen que los subtes no son como acá, sino que tienen una estación por kilómetro o algo así. Las ciudades están pensadas para albergar trillones (?) de habitantes, por eso no da la impresión de que haya gente amuchada en todos lados, salvo en los transportes. La gran mayoría de cruces le pelea el puesto a la 9 de julio. Y las veredas son más grandes que varias de nuestras avenidas. A pesar del espacio, la ciudad es inmensa: diseñada para satisfacer cualquier pulsión de Godzilla.


Finalmente, llego, me registro, y en la habitación hay un chabón que me sonríe: el al toque por mi inglés saca que soy latinoamericano, y de hecho, argentino. David es el tipo más italiano que ví en mi vida, y por alguna razón no me di cuenta hasta que me lo dijo: le pregunté si era francés, si era yanqui, si era alemán, etc. Había llegado hace poco a Beijing el también. Vivía en Shanghai, estudiando en un intercambio que duraba un año, la carrera que acá denominaríamos "estudios orientales". Y en sus últimos días de vacaciones, decidió ir a la capital. O sea que tenía un roommate que sabía chino. Golazo de mitad de cancha. Al margen de pegármele por cuestiones de conveniencia, la verdad que encontré un amigo, un pibe muy centrado, simpático y que me daría gusto visitar algún día cuando vuelva a su Friuli natal. No tenía mucha hambre, así que pegué unos fideos instantáneos y un helado de tomate (!). Spoiler: no es rico.



A la mañana siguiente nos levantamos temprano y fuimos a la Muralla. Antes pasamos a buscar a una amiga de mi nuevo amigo: Madelyn, una australiana que según nos contó después al no saber hablar chino pasó 12 horas en el aeropuerto de Xi-an desesperada al no poder recibir indicaciones de como irse a su hotel. Fuimos a Dongzhimen y nos tomamos el 916. No fuimos al paso más turistico y plano, al de Badaling, sino que nos fuimos al suburbio de Huairou, a 50 km al norte de Beijing, y de ahí hicimos los 10 kilómetros que faltaban en un taxi hacia la subida de Mutianyu.

Sobre la muralla, no hay mucho para decir: Top 5 eterno de la humanidad.



Bonus: de Mutianyu podés bajarte haciendo culipatín. Así como lo oyen, te subis a un carrito y aceleras y frenás a gusto mientras hacés los 5 minutos de bajada. Espero que a quien se le haya ocurrido esta idea le hayan dado un premio Nobel.


Por una tragedia que luego será narrada, no sobrevivieron muchas fotos de Beijing. Pero algunas como las que mostré, sí. Sobre la capital de China, voy a decir que es una de las ciudades que menos me gustó por su ...diseño? O por como es, no sabría describirlo bien. Pero tiene lugares increíbles para ver, así que te distrae de su lugubridad.

A la noche, los tres fuimos a comer a uno de los restaurantes por la zona de Dongzhimen y Beidajie. Ahí empecé a ver la magia de la traducción: al no manejar casi nada del inglés, podíamos ver platos en los menúes como "FRIED SALTY MARIJUANA FISH". Yo me pedí unos "Silk Worms with Beef and Sauce", pero claramente, no había gusanos, sino más bien algún compuesto de soja o algo por el estilo. Debería haberme pedido el marijuana fish, pero era un poco ...salado, precisamente.  China no es tan barato si querés darte un par de gustos.

A la mañana siguiente habíamos arreglado de ir los tres a la ciudad prohibida. Pero sólo fuimos David y yo. Razón? Nos quedamos dormidos como dos campeones, lo cual desató la furia de Maddie y el "la puta madre me quiero morir vaffanculo despertador!" por parte de David, que creo que le quería tirar una fichita a la australiana y se puteaba ante la oportunidad perdida.

Tomamos la línea 5 en Beidajie, y combinamos con la 1, creo, que te lleva a Tiananmen. El subte chino es lo más, viene a cada minuto y hay televisor en cada vagón, donde pasan publicidades muy lisérgicas. Después ahondaré sobre eso. El boleto? 2 Yuanes, sin importar el destino. Chupala Macri.

Bajamos sobre la plaza Tiananmen. Es enorme, pero no sentí nada. Pero nada, eh.
Luego de gatillar 50 yuanes la entrada (consejo: saquen la ISIC, incluso en China sirve, yo no lo hice y a veces me pude hacer el vivo con el DNI, pero no siempre), entré opara ver la mayoría de las salas...desde fuera. En otras palabras, la Ciudad Prohibida estaba bastante...prohibida

El mausoleo de Mao, no era la excepción. Pero el mundo está atestado por ver cada sala, aunque sea desde unos metros. Por eso resultó imposible ver a los restos embalsamados de una de las figuras más queridas y odiadas en la historia mundial me animo a decir. El morbo no es sólo occidental. Al margen de eso, los jardines imperiales son muy lindos, las inscripciones son copadas y pude observar como siguió la tendencia genial de traducir los nombres y darles una gran impronta poética. China es una fiesta semiótica. Del otro lado de la Ciudad Prohibida tenes el parque Beihai, donde luego de una subida importante podés tener una panorámica a la ciudad y la plaza. Lástima el sol de frente, lo cual dificulta sacar buenas fotos.






La próxima: El palacio de verano, el hotpot de la muerte, la villa olímpica, el 798, el templo del cielo (sí, todo en Beijing). Y como me voy a hacer un instagram con la cantidad de fotos que tengo.

jueves, 17 de julio de 2014

La previa: los aeropuertos de Estambul, El Cairo y Doha.

Colgué como un campeón pero por buenas razones: paja mental y rendir materias. Ya habrá tiempo para hablar de Israel y Turquía, pero empecemos por el plato fuerte, lo más exótico: la China misma. Bueno, no, mentira, vamos a hablar de como llegué a China.

El 26 de febrero a las 4 de la mañana estaba llegando al aeropuerto internacional de Ataturk, Estambul, donde a) a las seis y media de la mañana tenía un vuelo a El Cairo b) perdí mi campera. Esto no será un detalle menor cuando toque hablar de China.

Checkin, gilada, Turquia que linda que sos, Estambul TKM bla bla. Campera al margen, el aeropuerto de Estambul se portó bien (en marzo cuando me tocó dormir ahí una noche lo hice como un imán (?)).

Llegué a El Cairo a las 9 a.m. Consigo la visa, trámite aqui, tramite allá. Tenía que cambiar de terminal, así que tenía que salir y volver a entrar a otra ala del aeropuerto. Ahí me di cuenta adonde había viajado: a un país en crisis, donde te ven como una máquina de $$ andante: querían cobrarme 20 dólares para llevarme a la terminal 1, cuando en realidad había un micro (los shuttles) que te llevaban gratis. Asimismo, cada empleado con quien traté a lo largo del día pretendía baksheesh (propina) por acciones desde señalar donde quedaba el baño o incluso para dejarte entrar a la terminal. El vuelo recién salia a las 5. Cansado y casi sin dormir de la noche anterior, me tiré frente al contador de Qatar Airways hasta que se hiciera hora del checkin. Odié Egipto esas horas, y me preocupó si mi vuelta de China sería tan hostil (el 25 de Marzo volvía de Beijing a El Cairo y esta vez sí, tenía pensado quedarme unos días). Pero bueno, el caballo, el regalo, los dientes, el pasaje había salido 4000 pesos ida y vuelta, no iba a quejarme. Era ridiculo: lo que sale un vuelo Buenos Aires-San Pablo sale uno que une lugares que tienen seis horas de diferencia entre sí.

El Cairo es uno de los principales centros musulmanes del mundo: por eso había islamismos y arabismos de todos los colores: las ropas de los hombres que se ibán para Muscat, Omán, diferentes a las túnicas de los Tanzanios, o los Paquistaníes, que sólo llevaban un atuendo blanco, muy humilde. Finalmente, se hicieron las 18 horas y conseguí uno de esos momentos kodak que te los guardás por mucho tiempo en la mente: el despegué en el atardecer en el desierto. Como casi siempre cuando ves algo increíble, el plástico del avión impidió una foto acorde a la genialidad del momento. De hecho uno de mis inventos favoritos es el que te permita recrear en el mundo real imagenes y cosas que viste que sólo yacen en tu mente y en tus recuerdos. Así en menos de 24 horas pisaba y me iba de África por primera vez.

El avión? Lleno de chinos, obvio. Parecían todos muy normales. Todavía no me daba cuenta en que me había metido (?). La escala la hicimos en Doha, Qatar. Llegamos a medianoche y desde arriba, ves como una ciudad 6 estrellas puede albergar una Copa del Mundo en 2022. Nunca fui a Dubai, pero desde lejos los imaginé muy similares, a puro neón azul. Como si fuese la capital de Tron.

Durante el viaje, pasamos por varios países del Golfo. Me hubiera gustado conocer alguno, pensé. Omán, Kuwait, Jordania, Arabia, Yemen. Bueno, Yemen no porque está todo mal ahí: la capital, Saná, es una ciudad increible, al menos en fotos. Es parecida a Jerusalén de alguna forma, pero musulmana. Con la salvedad de que no hay agua ahí. Ni otros servicios básicos. Ni wifi. Pero se ve linda, eso sí.

En fin, quedará para la próxima (?). El aeropuerto de Doha, a medianoche, tenía más o menos, unas 50000 personas aguardando miles de conexiones. Desde Nueva York hasta Maputo, París, Tashkent, Jeddah, Rio de Janeiro. Lo que se decía una terminal global. El free shop la rompía también (?).

Una perlita: el avión nos explicaba mediante un video animado para mostrarnos los transfers. Como youtube es la mejor página de la historia, lo tiene. La magia aparece en el 1:55, pero les recomiendo ver todo para entenderlo mejor (?)

https://www.youtube.com/watch?v=Hk5U9Zq_JNU

A las 14 hs del 27 de febrero, después de 26 horas de viaje y menos diez ganas de mirarme en el espejo, llegué a Beijing. Ahi empieza el próximo post.