sábado, 27 de diciembre de 2014

Hong Kong, la ciudad de los mil mundos

Cuando armé este viaje no tenía en mente pasar por Hong Kong. Quedaba bastante lejos de mi itinerario original, así que la decisión de pedir una visa a  China de doble entrada fue de último momento. Como Hong Kong y China se manejan por fronteras diferentes, un viaje a Hong Kong desde China cuenta como si fuese uno internacional. Ergo, al volver a China, tenés que tener una visa de doble entrada.

Tiempo después me alegró mucho de haber pasado por ahí unos días: fue un respiro, no sólo por lo increíblemente divertido que es, sino también para alejarse un poco de lo que es la China continental. El shock cultural, le dicen. No es tanto por las costumbres, la higiene o lo demás. Es porque sencillamente, si no hablás chino, no hablás. Entonces, los días en Hong Kong supusieron un descanso, no tanto a los ojos, pero sí a los oídos.

Hong Kong tiene tres grandes distritos habitacionales: los suburbios The New Territories (la principal área suburbana, el famoso conurbano al cual hice referencia en el post anterior), la península de Kowloon, y la Isla Central (o simplemente, Central o la Isla), estas dos unidas a través de varios túneles. Mi hostel quedaba en Causeway Bay, isla central, y para mí sorpresa, no fue tan difícil encontrarlo. Si en Shanghai les había dicho que había hoteles contenidos enteramente en un sexto piso, que decir de Hong Kong. Imposible que puedas ver a simple vista un hostel. Están prácticamente todos escondidos dentro de edificios. Lo que sí podés ver son las luces de Causeway Bay. Cuando uno se hace las imagenes mentales de las metrópolis de Asia, a raíz del cine o de otras formas de expresión, las hacemos siempre saturadas de neón y LEDS. Beijing no daba con ese perfil, Shanghai se le acercaba pero tampoco. Hong Kong sí. Nunca fui a Nueva York o a Tokio, pero Hong Kong parecía ubicarse en algún punto medio entre ambas. 

Por 160 pesos argentinos (o 150 HK Dollars, la conversión es prácticamente 1 a 1), no podía esperar más que una cama en una habitación mínima, coqueteando con la idea de ghetto pero sin llegar a un hacinamiento indigno. Y así fue. Como tenía hambre, fui a buscar algo para comer a eso de la 1 a.m, pero sin grandes esperanzas. Menuda sorpresa me llevé al ver que todos los supermercados no sólo abrían las 24 horas, sino que tenían colas infernales bien entrada la noche. Agarré uno de esos platos de arroz con unos dumplings marca Coto (?) y por 15 HKD al menos pude cenar.

A la mañana siguiente, mientras desayunaba y chusmeaba en algún mapa de la ciudad que podía hacer, escuché un tono de inglés ligeramente latinizado: uno parecía ser francés, lo cual es normal en una ciudad con tantos expatriados, pero el otro parecía ser...un argentino? Y efectivamente, lo era. Olivier y Manuel, importados de París y Buenos Aires, acompañados por su amiga Alexa, polaca. Los primeros dos estaban estudiando arquitectura en Bélgica. Sobre ella, creo que estudiaba otra cosa, pero en Alemania. (Por eso hablaban en inglés y no en francés). Manuel, gratamente sorprendido por toparse con otro argentino, me dijo que tenían pensado ir al pico, y si quería acompañarlos.

El pico es Victoria´s Peak: el mirador de la ciudad donde se sacan todas esas panorámicas sobre Hong Kong, está dentro de Central, y la terminal del tranvía que te lleva está muy cerca del edificio del Bank of China, uno de las postales clásicas de la isla. El único problema es que en el camino, sobrevino una niebla que casi nunca había visto en mi vida, y que iba a decir presente durante casi toda mi estadía en la isla. De golpe la vista desde el pico parecía mucho menos épica. 

En lugar de bajar por donde vinimos, usamos un camino por una colina que lleva a un parque. En ese sentido, HK se parece un poco a Río de Janeiro, con muchos caminos sinuosos y montañosos que contrastan con la urbe. Ahí fui conociendo un poco más a Manuel, como había pasado de la FADU a Bélgica, que era un bardo el tener que escribir su tesis en francés, que venían viajando por todo el sudeste asiático y al día siguiente iban a ir para Indonesia en un vuelo de ....Malaysian Airways (uno de los grandes tópicos de conversación a lo largo de mi viaje con otros angloparlantes fue acerca del avión, que recordemos, iba rumbo a Beijing cuando decidió homenajear al vuelo 805 de Oceanic, tiempo antes de que el segundo avión caído de Malaysian le hiciera su homenaje al vuelo 007 de Korean). En el camino de bajada, de paso veías algunas mansiones sobre la colina, sitas sobre el valor real estate más caro del mundo en cuanto a metros cuadrados. Luego los cuatro paseamos un rato por Central y su sinfín de negocios y lugares, y fuimos a los edificios del Bank of China y el ICF tower para ver la vista (o la niebla) desde el cielo. El primero pasa sin escalas al piso 43. El segundo...al 100. 

La gastronomía cantonesa es ligeramente diferente a la china. Para comer, en lugar de un chau fan o un chau mien pedis un congee o dim sum. El primero es como una especie de caldo o guiso con una salsa blanca, y el segundo es un combinado de empanaditas de cerdo.  Y el idioma cantonés es diferente al mandarín. El Ni hao se cambia por un Mh´Goi, e incluso aprendés a reconocer el origen distinto de los ideogramas (por ejemplo, los ideogramas terminados en k, como Shek, Kok, Pik, sabés que son 100% cantoneses) 

A la noche, Manuel y Alexa prefifieron descansar, así que salí con Olivier y Raz , un canadiense recién llegado que se nos unió. Si un hostel estaba en un sexto piso en Hong Kong, que quedaba para un bar? Obviamente la única forma de imaginar que había un bar ahí era efectivamente, sabiendolo de antemano, nos metimos a un edificio que también parecía de departamentos, y fuimos a jugar unos pooles a un piso 12, con una vista de la ciudad mucho más privilegiada que la que teníamos en el pico, más parecida a la que muestran películas como Black Rain o Blade Runner.

Pero lo cierto es que esa cosa ultra urbana a la vez tiene algo increíblemente rural: no sólo cuantitativamente (el 70% de la totalidad de Hong Kong es rural, ergo, el trekking y sus playas son dos de sus grandes secretos escondidos) sino porque también tenés esa cosa suburbana u hogareña en la misma urbe. Es algo difícil de explicar. Es como si a los tres días ya pudieras sentir que vivís ahí hace años. 

A la mañana siguiente los chicos ya se iban al aeropuerto, y Olivier me pidió un favor antes de despedirnos: que le firmara su guitarra. Sacó el estuche junto a una estilográfica, y vi como sus recuerdos de viaje, en lugar de hacerlos en fotos u otros medios, los hacía a través de las firmas que las personas que iba conociendo dejaban en su instrumento, como si de un yeso se tratase.

Cuando nos hubimos despedido, planée mi próxima jugada: Lantau Island. Mencioné a los New Territories, a Central, a Kowloon. Pero también tenés dos lugares más en Hong Kong: Lantau Island y otras islas menores, como Lamma y Cheung Chau (atracciones de surfistas y fanáticos del mar)

A Lantau llegás a través de una combinación relativamente sencilla del MTR. Te subís en la línea azul de Central, y luego combinás con la Roja que cruza hacía Kowloon, y de ahí a la Amarilla que va a Lantau. Qué hay para hacer en Lantau? 

-La estatua del Gran Buda
-El monasterio de Po Lin
-La villa de pescadores de Tai O
-Disneyworld HK
-El teleférico de Ngong Ping 
-La reserva acuífera de Shek Pik...

...entre otros. Ahí me dí cuenta que para conocer todo lo que Hong Kong podía ofrecerme iba a precisar del doble de tiempo que tenía (unos pocos días nomás). Sentía que podía prescindir de Tai O porque había visto la villa de pescadores de Hongcun, Anhui. Shek Pik por su parte, parecía una linda reserva, pero no tenía mucha idea de como llegar. Entonces fui directamente para el Gran Buda, sito junto al monasterio de Po Lin. Este último no era gran cosa comparado con algunas cosas que había visto en Beijing (y ni hablar de las que vería en el resto del viaje). Pero el buda...al día de hoy sigo puteando por la niebla que había ese día. Lamentablemente en China y en HK, el clima es, la mayor parte de las veces lo único que te separa de una vista única e increíble de una confusa y terrenal. Sé que lo más importante es estar ahí, pero uno no puede dejar de decepcionarse al ver las fotos en internet que te da un día despejado y las que saca uno con una niebla densa. 

La estatua de Buda no es la más alta del mundo (35 metros, un Cristo Redentor de altura) ni la más antigua (se terminó hace 20 años nada más). Pero resulta única por una serie de factores: por su ubicación, en la cima de una colina, por la base que es similar a la del templo del cielo de Beijing, por la pose sentada, con la palma derecha abierta, con su mano izquierda descansando sobre su regazo. Es un buda sereno, es un buda feliz. Es un buda que está en sintonía perfecta con la naturaleza a su alrededor, con el hombre. Fue una de las sorpresas más gratas de mi viaje. Y no sería la única estatua de Buda que vería en el viaje, pero sí mi favorito.

De las montañas del Buda Tian Tan a la base de Lantau iba a volver vía el teleférico de Ngong Ping, que ofrece unos 20 minutos con vistas espectaculares (nuevamente, niebla, pero aún así se veía bastante bien), con cabinas con el piso de cristal. De la base, nuevamente me subí al MTR hacia...Disneyland Resort, que tiene su propio ramal de MTR. Es un tren, tipo tren de la costa, con asientos customizados, con la banda de sonido de las películas ya desde el momento en que subís al tren...el impacto es profundamente emocional, llegar ahí y sentís que chocaste de pleno con varias de las cosas de tu infancia, mientras caminas por las estatuas y las referencias de las películas que veías de chiquito, con sus soundtracks sonando por los altoparlantes del resort. La entrada? 450 HK. 

Después del choque con la niñez, fui para Kowloon, a conocer el centro, y ahí sí creo que me encontré con una imagen más clásica de un Hong Kong saturado de gente, y de negocios. Dos de los grandes ghettos de HK (Chungking y Mirador Mansions) se encuentran en Nathan Road, una de las avenidas principales. Negocios truchos, originales, gastronómicos, viviendas encima de los negocios... lo que se dice un caos organizado. Por Kowloon está la costanera, que da a la avenida de las estrellas, donde están las estatuas de los famosos asiáticos, destacándose Bruce Lee por sobre el resto, obviamente.

A la noche quería ir al hipódromo sito en Happy Valley (en 1850, una epidemia de malaria azotó el distrito, y el barrio esencialmente se convirtió en un cementerio. Los británicos, en una muestra más de britanicismo (?), nombraron el distrito fúnebre como Happy Valley), en Central.

Entonces, dos cosas:

a) la vista a los rascacielos y las luces de Hong Kong, "el bund" cantonés, la tenés desde la avenida de las estrellas. La niebla nuevamente, me jugó una mala pasada y si bien al ojo distinguías las luces con relativa nitidez, la cámara era vítcima de "Fog-Kong"

b) La otra forma para cruzar de Kowloon a Central, como en el bósforo, era vía ferry. El Star Ferry es toda una institución en Hong Kong, y junto con los juncos cruza las aguas de la bahía de Victoria trasportando todos los días un sinfín de pasajeros de una punta de la isla a la otra.

Aún atontado por las luces, llegué al hipódromo con las carreras ya empezadas. La pasión por el turf, deporte nacional, es otro regalito británico. De hecho, durante las olimpiadas de 2008, las pruebas de equitqación las hicieron en Hong Kong, y no en Beijing. Los miercoles y sábados se corre a la noche, no me acuerdo con exactitud cuando se hace de día. Pero las carreras nocturnas son una cosa espectacular. Por sólo 10 HKD, entrás al evento social semanal más grande de la isla: 40000 personas, extranjeros y nacionales, tomando cerveza, apostando y viviendo con toda la tensión del mundo el glamour del hipódromo más grande de Asia. La verdad que fue muy divertido. Volví caminando porque la isla central es lo suficientemente chica como para recorrerla a pie, pero no quiero dejar de mencionar que los colectivos y tranvías, como en Buenos Aires, funcionan las 24 horas del día. Al día siguiente, me tocaba una escapada a Macao así que había que dormir temprano.

(Algunos lugares que me quedaron por recorrer: El restaurante flotante Jumbo, Ocean World, el Parque Hong Kong, el monasterio Chi Lin y el Jardín Nan Lian entre otras cosas).


Para muchos Hong Kong simplemente es un pastiche de un montón de cosas ya hechas y recauchutadas en una sola aglomeración. En ese sentido me hace acordar a las críticas que le hacen algunos a Boyhood, la última película de Richard Linklater. La premisa no es nueva, pero la forma de narrarlo, el como se filma, y el como las personas actúan hacen que la pieza resulte inolvidable.  

Por eso para mí Hong Kong es la ciudad que se parece a todas, pero al mismo tiempo no se parece a ninguna. Y por eso me encantaría volver a verla.


Kowloon. https://www.flickr.com/photos/alosconfinesdelmundo/sets/ tiene el resto de las fotos

domingo, 14 de diciembre de 2014

Peregrinando a Hong Kong: el churrasco, el rey momo y la estación del sudeste

A la tarde después de la mexicaneada, fui a la terminal de ómnibus central de Hangzhou (generalmente en las grandes ciudades de china hay varias terminales de ómnibus, y según al punto cardinal al que uno se dirige, es la terminal que corresponde. Las excepciones son las estaciones centrales) y saqué un boleto para Shanghai, el más rápido posible.

Resulta que a la mañana de ese mismo día, antes de salir a pasear por el lago, hablé con David. Le pregunté si ya había vuelto a Shanghai y si tenía ganas de cenar conmigo esa noche, al menos una vez más antes de que me fuese a Hong Kong. El dijo que sí, y que iba a traer compañia además. Por eso la celeridad de hacer más o menos rápido esos 178 kilómetros que separan Hangzhou de Shanghai, sobre todo conociendo el tráfico en China. Sí, es terrible, pero tampoco tanto como las hipérboles nos quieren hacer creer de demoras de 15 horas (días después las comprobaría, a menor escala, de todas formas). Fue un viaje de 4 horas en total hasta la estación, más media hora hasta la estación de Nanjing Road, donde habíamos quedado en encontrarnos. Él y su compañero, Ignacio, ya se estaban yendo cuando justo llegué, a último momento (recordar, al no tener 3g y el wifi ser una cosa tan circunstancial la comunicación y la coordinación no son cosa fácil).  Me preguntó como había estado Huangshan y yo le pregunté a su vez por la colonia italiana de Tianjin.

El dijo que tenía una sorpresa preparada para Ignacio (mendocino él) y para mí. Y nos llevó a una "churrascaría". Se excusó y pidió perdón porque no había ningún lugar de carne argentina, pero creyó que la versión brasilera de la parrilla sería un sustituto apropiado. Obviamente no nos negamos. A diferencia de Beijing, donde David y yo usábamos principalmente el inglés para comunicarnos, ahora la situación era diferente, Ignacio usaba el chileno castellano así que me vi impulsado a hacer lo mismo. David, por su parte, respondía en italiano. Era una cena bastante distendida así. La carne? Estaba bastante bien, para lo que son los estándares chinos, pero obviamente no hay comparación con la de acá.  Igual la comida era lo de menos, la verdad. La charla fue bastante amena y entrada la noche, ellos se fueron por su lado y yo me volví al hostel, despidiéndonos y contentos de habernos visto una vez más.

De Shanghai me arrepiento de no haber ido de haber ido a los jardines botánicos, pero claro, hablar con el diario de seis meses después es fácil. Me tomé el subte y fui para el aeropuerto de Pudong, porque eran unos 90 minutos de viaje bajo tierra y no quería llegar con lo justo. Durante las últimas estaciones el subte decidió mostrarle su cara al mundo (?) y no fue un recorrido soterrado. Así que pude ver a la izquierda del anden una especie de viaducto, donde pasaba nada más y nada menos que el tren MAGLEV, cuyo nombre se debe a la fantástica combinación de palabras conocida como "Levitación Magnética", capaz de alcanzar 430 km/h. El Maglev une el aeropuerto de Pudong con el centro, como el subte, pero con una tarifa mucho más elevada, y a una velocidad ridícula gracias a su preciosa tecnología. Anotá, McFly.

Llegué a Pudong temprano, y como no tenía mucho que hacer, empecé a chusmear vidrieras, y demás...boludeces que uno hace para pasar el tiempo. Entre esas boludeces, estaba la lista de objetos peligrosos que uno no debería llevar en el equipaje de mano bajo ningún concepto: como los chinos son fanáticos de los extremos, por un lado teníamos una espada, símil katana. Por el otro lado, un aerosol de nieve artificial de nuestro querida marca, Rey Momo. Industria Argentina y todo, decía el envase.

El vuelo en realidad no era a Hong Kong, sino a Shenzhen, una ciudad SEZ (zona económica especial) que queda en la frontera con la ex colonia británica. Esto fue así porque obviamente, el vuelo iba a salir más barato al tratarse de uno doméstico y no uno internacional (300 yuanes, o sea, unos 380 pesos en una línea como China Southern, miembro de Star Alliance, si no me equivoco. Una página súper útil para los vuelos domésticos en el país es la versión en ingles de ctrip.com).
El vuelo llegó con más de una hora de demora a Shenzhen, por lo cual aterrizó a las 9 cuando debió haberlo hecho a las 7 y media. No son buenas noticias, porque tenía una frontera por cruzar, y mientras más tarde lo hiciese, menos alternativas de transporte tendría. Así que me subí a un bondi que hace servicios a Luohu (tenés dos fronteras, en Futian y en Luohu. La primera es más cerca, pero es un poco más difícil llegar así que fui a lo seguro y me fui a Luohu, la frontera del sudeste).

Al bajar, terminé en una especie de edificio parte shopping, parte lugano 1 y 2, parte terminal de micros de Retiro, parte pabellón 3 de ciudad universitaria, bastante díficil de describir. Ese edificio al cual era difícil llegar (por falta de señalización en el exterior y por falta de gente en la calle al ser las 10 y media de la noche) era el edificio de frontera China-Hong Kong. Poca luz, negocios del tipo tugurio abiertos a altas horas de la noche, subir y bajar pisos siguiendo un cartel esporádico que decía por donde ir...

Una vez superado el laberinto de concreto, llegabas a un andén. La frontera a Hong Kong técnicamente se cruza a pie desde China, pero en realidad al hacerlo no salís a la calle, sino que te lleva al MTR (Mass Transit Railway, el tren/subte de Hong Kong). Esto es, una frontera pedestre-ferroviaria.

Cerca de la medianoche, el último tren desde Lo Wu (en cantonés, Luohu es en Chino mandarín) hacia Kowloon estaba por salir en unos minutos. Así que cambiamos los yuanes por HKD (Hong Kong Dollars y conseguí la SUBE nativa, la Octopus Card)  El primer tramo del camino, sobre la superficie, era el conurbano de Hong Kong, los "new territories", con menor densidad de población en comparación a la isla central pero aún así relativamente urbanizados. Me bajé en la terminal, ya haciendo trayecto bajo tierra, era cerca de la ciudad universitaria, y sin tener mucha idea de como cruzar desde Kowloon hacia la Isla Central (donde estaba mi hostel) a medianoche con un medio de transporte público me ví obligado a tomar un taxi hacia Causeway Bay, distrito donde iba a pasar la noche y dormir como un campeón tras un día larguísimo. Por lo poco que había visto de Hong Kong hasta ese entonces, lo sentí como un lugar que se parecía a todos los lugares pero a la vez era algo único.

Desde ya les adelanto, que es un lugar donde me encantaría volver.

Si bien la abrumadora mayoría de las fotos de Hong Kong no forman parte de esta historia (aún), están donde siempre:

https://www.flickr.com/photos/alosconfinesdelmundo/


Los taxis de Hong Kong. Todos tienen el mismo modelo de Toyota.