lunes, 24 de junio de 2013

2011.

Ese cae sábado.
Y este otro domingo.
Y este otro también es sábado.
Bueno, este es viernes, una buena.
Pero este cae domingo...entonces...

el anteúltimo es sábado...y el último también es sábado.

O sea que el 1 de enero cae domingo.

Nunca más.

sábado, 22 de junio de 2013

El famoso mundo de sensaciones.



Transversal como un polvo.
Derivado como pararse de manos.
Dudoso como los Stones en Uniclub.
Infantil como quinceañero de treinta.
Sinecdóquico como donante de órganos.
Desesperado como Marta Sánchez.
Turbio como vendedor de pirulines.
Desprotegido como el bombo de Maru Botana.
Lento como Only You.
Salado como las heridas del Indio.
Triste como tatuaje de Maná.
Duro como el ya no ser.
Sorpresivo como Travesti en tu armario.
Obvio como lo que nunca olvidamos.
Suave como Luis Miguel.
Felí como Román.
Dulce como curva de glucosa.
Rápido como los chismes.
Cubierto como tenedor libre.
Claro como el “gracias” al “te quiero”.
Esperado como la vuelta de Perón.
Metonímico como flor encendida.
Maduro como Nicolás.
Plausible como pisar mierda.
Integral como el intervalo de un pan.
Longitudinal como el amor de una vida.

sábado, 15 de junio de 2013

Serio.



Eran las 9 de la mañana en el andén. Tomás se mofaba de Celsius y Fahrenheit con una camisa a cuadros de manga corta y un jean. Y eso que había 5 o 41 grados, según su notación preferida. Estaba acompañado por dos chicas de su edad, en el inicio de los 20, que parecían estar reprochándose algo. Apoyado sobre una de las sillas que ofrecía la estación, clavaba sus ojos hacia el piso. Y comenzó. Cambió el sentido de su mirada 180 grados, al techo, y comenzó a sofocarse. Una de las chicas abandonó la estación a celeridad pura buscando un quiosco para traerle un agua y así liberar su esófago. El viaje fue rápido, pero el plan no funcionó: no había lugar en su cuerpo ni para una gota. Él estaba muy ocupado tragándose sus pulmones.

El próximo minuto transcurrió a precisas manifestaciones sincopales cada seis segundos. Sintiéndose observado por todos a esta altura, intentó incorporarse. Y emprendió pasos lentos, perdidos y convencidos en dirección al tercer riel, ante el horror y la sorpresa de sus compañeras.

No llegó a destino, dos metros antes cayó de rodillas al suelo y se desplomó. Recién en ese momento las chicas optaron por pedir asistencia a un policía plantado allí. Este ya había tenido sus minutos para memorizar la escena (como todos los presentes en la estación, civiles y guardias de la estación que no podían evitar mirar lo que ocurría). Ahora que sus servicios estaban requeridos no podía darse el lujo de seguir contemplando. Cruzó de un andén al otro con relativa parsimonia. Preguntó que pasaba y luego decidió optar por asistencia adicional.

El oficial llamó por su celular con moderada preocupación. Moderada pues al interactuar con el operador (u operadora) su voz en el pedido de ayuda mezclaba preocupación sincera con desdramatización del evento. Había que traer "una ambulancia urgente para un joven masculino que presentaba dificultades respiratorias severas". Segundos después pasó el tren y los voyeurs de la escena se convirtieron en pasajeros. Subieron a la formación y siguieron con sus vidas, porque hacía frío.

Les cuento como terminó esto: doscientos treinta y seis segundos más tarde llegó el rescate de las sirenas de luces verdes. Las chicas siguieron reprochándose cosas sobre algo ocurrido la noche anterior. El policía volvió de la pasividad contenida a la contemplación absoluta. En cuanto a él, despertó horas después en una habitación de aires nosocomiales. Todavía fantasesaba con la idea de tragarse sus pulmones. Así que probó de nuevo a ver que pasaba.

jueves, 13 de junio de 2013

Amok





10 pm, aproximadamente. Llegaba con lo justo al andén 2 para el último servicio del día. El tren en plataforma 4 mientras yacía, descansando, sin efectuar servicio de pasajeros. Me tocaba ir parado.

Para mi sorpresa, me metí y me crucé con un tipo, de unos 3 o 4 años más de vida que yo, con, exactamente, la misma remera y la misma campera. Después de 5 segundos de miradas raras y desconcertación mutua, el se animó a más y espetó un “buena remera”. “Buena campera” fue la respuesta natural que se me ocurrió. A todo esto, algo raro pasaba. El tren intentaba arrancar, pero efectuaba movimientos mitad carreta mitad suspensión hidráulica, como las de los fabulosos Cadillacs de antaño.
El altavoz entonces rugió “Tren de plataforma 4, abrir las puertas laterales”. Algunos inmediatamente se pararon y tomaron posición. “Tren de plataforma 2 no efectúa servicio de pasajeros debido a inconvenientes técnicos”. Y largaron.

Aproximadamente entre 150 y 200 personas corriendo desesperadamente de un tren al otro a toda velocidad. To run amok run amok ran amok.

La misma reacción que uno esperaría de un apocalipsis zombie, estaba al servicio de la ergonomía moderada. La locura por un asiento en el último tren a casa. Por principios, y principalmente por el hecho de que sólo viajaba 3 estaciones , hice mi camino pedestre hacia la nueva formación, mientras la gente seguía a mi derecha en su carga desesperada. Para mi fortuna, a eso del quinto vagón un asiento me tiró onda, y agarré viaje. Justo en frente, se apoyaba un sujeto - que supuse vendedor de bebidas por su indumentaria y por el hecho de que tenía uno de esos recipientes para vender bebidas de forma ambulante - , custodiando el asiento contiguo con su instrumento de trabajo. Tenía un tatuaje en su brazo derecho con la inscripción “Julio” y otro en su mejilla derecha con dos lágrimas. Poseedor de una dentición particular, parecía consumir su propia mercancía, en forma de lata de Quilmes. A cada mujer que pasaba, la invitaba a acercarse con un “Vení mi amor”. Tres o cuatro amores después, finalmente llegó una señora de unos 40, 45 años, con una cartera de un símil animal print, que le dio un beso y le dijo “Gracias por guardarme el asiento”.

¿El viaje en sí? Encantadoramente trivial, mientras pensaba en como escribir estas líneas y deseando que el sujeto de la buena remera y la buena campera no hubiese perecido en la estampida. Incluso le deseé un asiento. Estaba a punto de pararme para bajar en casa, cuando ví una de esas publicidades gráficas de Messi y el Barcelona para Herbalife. Algún travieso le había pintado al astro una barba candado. Con una de esas encima, hasta el balón de oro parece Caruso Lombardi