sábado, 9 de noviembre de 2013

el 57.

Como mencioné en el post anterior, luego de separarse de mi mamá, mi papá nos llevaba una vez cada quince días a Mercedes, la ciudad donde se crió y donde vive mi familia del lado paterno. Nunca me animé a preguntarle si vivimos en Yerbal y Mercedes por casualidad o había una intencionalidad de su parte a la hora de elegir domicilio en Capital. El había conseguido un trabajo en un consultorio, sólo los sábados, así que en lugar de pasar los fines de semana en Parque Chacabuco cómo hacíamos antes (su nueva base de operaciones se ubicaba ahí), nos trasladabamos con él a su nuevo destino. Después de salir del trabajo en el Hospital Penna nos pasaba a buscar a las 21 horas a mí y a mis dos hermanos viernes de por medio.

Nos subíamos al tren Sarmiento (la estación Floresta está a dos cuadras de casa) como podíamos, a los empujones. Prácticamente nunca viajabamos sentados y una hora después llegábamos hasta Moreno. En el trayecto nos acompañaba el bombardeo de luces del tren y las estaciones que según su ubicación, tenían más o menos vida. Llegábamos a Moreno y a esa hora ya no había trenes para Mercedes, ergo, nos debíamos tomar el 57 que paraba a una cuadra de la plaza central. Si hacía calor, tomábamos algo en la estación. Me copaba mucho eso de ser varoncito y estar en la estación de noche. Ni hablar de subirme al 57, con las luces apagadas, corriendo la cortina para mirar por la ventana el paisaje. Mientras duraba la señal, trataba de enganchar un partido en la radio. Me acuerdo de un Talleres- Independiente que salió 1 a 1 muy nítidamente. Cuando se cortaba definitivamente la señal, era hora de acudir al Walkman. Al principio tenía un problema y pasaba las canciones más lentas de lo que debía, por lo cual temas como Another One Bites the Dust parecían baladas casi. Tiempo después quise arreglarlo, pero se generó el efecto contrario: por ejemplo, King of Pain de The Police se había convertido en una pieza punk cantada por la voz de una ardilla.


Como mencioné, la falta de luz del colectivo hacía imposible leer sin que los ojos sufrieran un poquito. Aun así lo intentaba: me acuerdo de la trilogía "Alexandros" que mi viejo había consumido a velocidad asombrosa y cuando los terminó, fue mi turno de hacerlo.   Había tres grandes paradas en nuestro viaje: General Rodríguez, que mucho no se veía porque el 57 no se adentraba mucho en la ciudad. Luján, que se veía preciosa en su recorrido, y me hubiera gustado más de una vez bajarme ahí para explorarla por la noche. Y Mercedes, por supuesto.


"Llegamos a la Ciudad Luz" decía en broma, cuando nos acercábamos a destino. A decir verdad, era un lindo espectáculo. Luego de recorrer la ciudad (el colectivo primero surca por la avenida 17 y luego por la avenida principal, la 29) y bajarnos en 29 y 24. O sea, a dos cuadras de la casa de mis abuelos, donde nos alojaríamos. Llegábamos a medianoche, y en el camino un restaurant de tenedor libre nos esperaba abierto todos los viernes que íbamos. Todo ese trayecto es lo más lindo que recuerdo de esa época. Me sentía el príncipe de la ruta 5 y mi espíritu aventurero se maravillaba una y otra vez por el viaje de cien kilómetros.


En un 9 de noviembre, mi papá falleció hace doce años. Esa noche llovió a cántaros.

1 comentario:

  1. El glorioso 57 cuantas veces me ha dejado barada en Moreno o en el peaje de Olivera

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