sábado, 15 de junio de 2013

Serio.



Eran las 9 de la mañana en el andén. Tomás se mofaba de Celsius y Fahrenheit con una camisa a cuadros de manga corta y un jean. Y eso que había 5 o 41 grados, según su notación preferida. Estaba acompañado por dos chicas de su edad, en el inicio de los 20, que parecían estar reprochándose algo. Apoyado sobre una de las sillas que ofrecía la estación, clavaba sus ojos hacia el piso. Y comenzó. Cambió el sentido de su mirada 180 grados, al techo, y comenzó a sofocarse. Una de las chicas abandonó la estación a celeridad pura buscando un quiosco para traerle un agua y así liberar su esófago. El viaje fue rápido, pero el plan no funcionó: no había lugar en su cuerpo ni para una gota. Él estaba muy ocupado tragándose sus pulmones.

El próximo minuto transcurrió a precisas manifestaciones sincopales cada seis segundos. Sintiéndose observado por todos a esta altura, intentó incorporarse. Y emprendió pasos lentos, perdidos y convencidos en dirección al tercer riel, ante el horror y la sorpresa de sus compañeras.

No llegó a destino, dos metros antes cayó de rodillas al suelo y se desplomó. Recién en ese momento las chicas optaron por pedir asistencia a un policía plantado allí. Este ya había tenido sus minutos para memorizar la escena (como todos los presentes en la estación, civiles y guardias de la estación que no podían evitar mirar lo que ocurría). Ahora que sus servicios estaban requeridos no podía darse el lujo de seguir contemplando. Cruzó de un andén al otro con relativa parsimonia. Preguntó que pasaba y luego decidió optar por asistencia adicional.

El oficial llamó por su celular con moderada preocupación. Moderada pues al interactuar con el operador (u operadora) su voz en el pedido de ayuda mezclaba preocupación sincera con desdramatización del evento. Había que traer "una ambulancia urgente para un joven masculino que presentaba dificultades respiratorias severas". Segundos después pasó el tren y los voyeurs de la escena se convirtieron en pasajeros. Subieron a la formación y siguieron con sus vidas, porque hacía frío.

Les cuento como terminó esto: doscientos treinta y seis segundos más tarde llegó el rescate de las sirenas de luces verdes. Las chicas siguieron reprochándose cosas sobre algo ocurrido la noche anterior. El policía volvió de la pasividad contenida a la contemplación absoluta. En cuanto a él, despertó horas después en una habitación de aires nosocomiales. Todavía fantasesaba con la idea de tragarse sus pulmones. Así que probó de nuevo a ver que pasaba.

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