lunes, 8 de julio de 2013

Performance (parte 2)


Tenía dos opciones. O iba a buscar, de alguna forma, a la chica para preguntarle el por que me había dado esa página, o terminaba este misterio hablando con Pablo. 
No quería darle el gusto, así que decanté por la primera opción. Ahora bien, ¿cómo iba a hacerlo? En una ciudad como esta, no era fácil. La frase que enuncia que “el mundo es un pañuelo” también tenía sus límites. 

Así que comencé a viajar a la misma hora en el subte, pensando que así maximizaría las posibilidades de encontrarla. Era el único indicio que tenía. Si somos criaturas de hábitos, el hábito debía indicar que ella viajaba a una hora similar. Dicho de otro modo, tomando el subte a esa hora, había decidido resignarme a sistemáticamente llegar tarde. Pues el día que me la encontré llevaba quince minutos de demora en el bolsillo. Entonces empecé a cargar con esos quince minutos todos los días. 

El procedimiento de búsqueda fue el siguiente: hacía acto de presencia en la cabecera de Carabobo a las 11:36, me alistaba en el último vagón y con el campo visual que otorgaban mis ojos revisaba la formación una vez arriba del coche. Al no encontrarla, pasaba al siguiente vagón dos estaciones después, a fin de recorrer todo el medio de transporte antes de verme obligado a descender. Al día siguiente hice el mismo recorrido, pero empezando desde la parte delantera del subte, yendo gradualmente hacia el último vagón. Repetí durante diez días patrones similares, con modificaciones leves en el orden del recorrido, sin respuesta alguna. Siempre usando ropas de tonalidades similares para volverme más reconocible también, y afeitándome todos los días. La idea era conservar la imagen más similar que fuese posible a la que tenía aquel día. 

También pedí ayuda a Internet. El sitio “ayerpase.com.ar” consistía en una serie de publicaciones que buscaban concretar, de alguna forma, encuentros entre dos personas que habían hecho contacto visual alguna vez. La mayoría de los casos se trataba de situaciones de índole romántica que ya fuese por timidez, impericia o patrones de conducta social (o todo eso junto) quedaron truncas en aquel momento. Lo verdaderamente curioso es que buena parte de los posteos eran pertenecientes a los mismos autores. Otros ofrecían sus servicios como compañeros a través de la red, sin haber establecido con anterioridad un contacto con la persona buscada. 
En una actitud netamente gnoseofílica, fuera de los canones románticos más tradicionales, decidí aventurarme con una publicación que sin rodeos proclamaba: 
“A la chica medio pelirroja que en la estación Plaza Miserere el otro lunes al mediodía me entregó la página de un libro de Gandhi: quiero saber por que la arrancaste y me la diste”. Firma: Juan José.

Mucho más que eso no se podía hacer. Salvo recorrer todas las instituciones que pudiese relacionar mínimamente con el hippismo. Era una empresa imposible, ridícula, carente de sentido y hasta psicópata. Decidí esperar un tiempo, pero en verdad podía vivir sin su respuesta, así que la intensidad en los rastrillajes menguó con el paso de los días. 

De esta forma transcurrió otra semana, sin suerte. Al no tener respuesta, era hora de anunciar oficialmente que la búsqueda había sido abandonada.

Tratando de digerir la decisión de rendirme, fui a buscar a Pablo. Quería que me diera la respuesta de una vez. Lo llamé, pero no me contestó. Le mandé un mail y dejé pasar dos días más. Tampoco hubo caso. Les pregunté a Guille y a Richard a ver si sabían algo, pero también ignoraban su paradero. No era la primera vez, Pablo a veces solía desconectarse del mundo y no contestar mails, llamados o lo que fuese por un tiempo. Nada raro. Ya iba a aparecer para explicarme que fue lo que quiso decirme cuando me dio el bendito libro.

Pero resulta que a raíz de los indicios que a continuación les voy a narrar, Pablo había desaparecido. Esta sí que era nueva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario