jueves, 10 de octubre de 2013

Tres minutos.

En un estado
de pronación permanente,
simulo tornillos con las manos
sobre la bolsa de un material 
del que en verdad ignoro
su composición.
Mis puños se entienden mejor
con el correr de los segundos.
En el blanco pretenden que vea
una cabeza y un cuerpo,
ensayo coreografías
de izquierda y derecha
entre 0 y 45 grados.
En la amalgama de ciencia y arte
descargo las respuestas que
no quiero preguntar
y se hacen un festín en mi cabeza.
Cubriendo mi rostro con las manos
para simular que me defiendo,
en señal de respeto a la víctima
de mi concentración.
Tratando de ser cuidadoso
con mi adrenalina,
pensando que es salud
y no terapia.
En las antípodas
de la apatía:
no hay tiempo para eso,
tengo sólo tres minutos.
Quedándome la idea
de que algo aprendí con la repetición.
Incendiando todo porque me hace falta.
Suena la campana
y es hora de sacarme las vendas.
Las respuestas no se van a ningun lado.
La bolsa tampoco.
Después voy a jugar haciendo sombra.
Aunque no cambie el resultado,
hace que mi temple seria
se vea un poco mejor.  

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